DESTRABANDO
INVERSIONES CON RESPONSABILIDAD SOCIAL
ESCRIBE: JORGE MANCO ZACONETTI
(Investigador UNMSM)
Asumiendo
por esquizofrenia el sentido literal de “fraccionamiento mental” trato de
entender la naturaleza de los conflictos sociales en el Perú que traban las
inversiones en el sector minero energético, ante la inopia e incapacidad del Estado.
Por un lado, los gobiernos locales y regionales demandan al Estado mayores
recursos por concepto de canon, regalías mineras e inversiones públicas; de
otro lado, importantes sectores de la población se oponen por razones
ambientales e ideología a las inversiones mineras, sea el caso de Tía María, Minas
Conga, La Granja, Michiquillay, Rio Blanco, Los Chancas, por mencionar los más
relevantes.
Si
bien, por muy importantes que sean estas inversiones se requieren los
necesarios consensos sociales, el diálogo entre las partes involucradas que no
es solamente un problema entre las empresas y las poblaciones, sino básicamente
del Estado (central, regional, local) ante la ausencia de una política de Estado
en el largo plazo, que prevenga, administre y solucione los conflictos sociales,
pues en democracia las inversiones no se pueden imponer a “sangre y fuego”
Como
investigador no tengo dudas sobre la naturaleza del crecimiento económico que
ha experimentado nuestro país entre el 2002 al 2013, con excepción del bajón
del 2009. Este crecimiento perverso, desigual, asimétrico pero crecimiento al
fin y al cabo ha sido inducido por el sector exportador básicamente minero
energético, de productos mineros como el cobre y oro, e hidrocarburos (petróleo
pesado y gas natural), en razón de la demanda internacional en especial de la
economía china, y los altos precios de las materias primas.
Es
más, la presencia de capitales chinos en el Perú es relevante pues no solamente
están en la producción de hierro a través de la empresa Shougang Hierro Perú
sino también en el proyecto Toromocho
que entró en operaciones hacia fines del 2013 donde en sus dos etapas ha
comprometido inversiones superiores a los US $ 4,820 millones de dólares; es
más se espera que en el 2016 inicie sus operaciones el proyecto Las Bambas en
la región de Apurímac con inversiones declaradas superiores a los US $ 10,000
millones, las cuales deberían ser seriamente verificadas.
Es
decir, la economía china no solamente demanda a la economía mundial materias
primas sino que también establece bases en nuestro país convirtiéndose en el
único productor de hierro con más de 10 millones de toneladas anuales y a
partir del 2016 será el principal productor de cobre con la producción conjunta
de Las Bambas y Toromocho, con una producción estimada sobre los 700 mil
toneladas anuales cuando ambos proyectos alcancen la plenitud de sus
operaciones.
Si a
ello se suma las inversiones y la presencia del Estado chino en el subsector de
hidrocarburos con los lotes gasíferos del 58 y participación en el lote 57 en
el ámbito del Gran Camisea más los lotes X, VI/VII en Piura y en el lote 8 en
la selva nororiental, prácticamente los capitales estatales chinos explican los
mayores volúmenes en la producción de crudo y tienen un gran potencial en el
gas natural que evidentemente exportarán a la vieja China.
La
referencia a las empresas chinas no es casual pues se trata del “gigante
asiático” que está destinado a ser el centro hegemónico de la economía mundial
para mediados del presente siglo. Donde las inversiones a través de sus
diversas empresas estatales y privadas incorporan en los altos cargos a
miembros del Partido Comunista Chino que cuenta con casi 100 millones de
inscriptos.
Es
decir, en el país asiático y en el exterior los camaradas chinos promueven las
inversiones extractivas y en nuestro país nos damos el lujo de entramparlas con
un discurso ambientalista que imposibilita toda inversión en las llamadas
nacientes de cuenca, cuando el recurso hídrico puede ser manejado racionalmente,
con la aplicación de la ciencia y tecnología.
He
mencionado estos dos proyectos cupríferos por su viabilidad económica y social
asentados en los Andes, Toromocho (Junín) en la región central con una vieja
tradición minera donde los conflictos corresponden a una naturaleza
redistributiva con el traslado de las poblaciones del campamento Morococha,
demanda de empleo a la compañía minera o con sus trabajadores con su naciente
sindicato que demanda mejoras salariales y superiores condiciones de trabajo.
En
el caso de Las Bambas en un departamento como Apurímac la gran minería recién
se iniciaría con dicho proyecto en una región esencialmente agrícola y
ganadera. Por ello cabe preguntarse ¿qué hizo la anterior administración de
Glencore/Xstrata para obtener la aceptación de las comunidades campesinas?
Hubo
un trabajo de sensibilidad social sobre las ventajas y posibilidades de la actividad
minera con el bienestar comunal. Se realizaron importantes inversiones sociales
antes de iniciar la construcción física del proyecto. Se demostró la viabilidad
ambiental del proyecto en el largo plazo con la actividad agrícola comunal,
respetando los principios de reciprocidad, pisos ecológicos y redistribución
andina.
Se
invitaron a líderes campesinos a conocer las operaciones mineras en otros
países. Se asumió el compromiso de emplear a los hijos de la comunidad,
enviando a los mejores a estudiar en universidades norteamericanas. Es decir,
hubo un compromiso de desarrollo conjunto entre la empresa minera y las
comunidades campesinas reconociendo la capacidad de adaptación e importancia de
las mismas.
De
otro lado, no es posible desconocer el lado oscuro de la actividad minera con
los pasivos mineros heredados del pasado reciente y lejano ante la indiferencia
e incapacidad del Estado. Si a ello se agregan los altos niveles de
contaminación provocados por las actividades mineras sobre todo informales e
ilegales, la debilidad del Estado en la regulación ambiental, y en la solución
de los conflictos sociales en razón de las actividades extractivas, podemos
entender la desconfianza y oposición de amplios sectores de la población a las
inversiones mineras/ energéticas.
CONFLICTOS E INVERSIONES
Revisando
el Reporte de Conflictos Sociales Nº 132 publicado por la Defensoría del Pueblo
correspondiente al mes de febrero del 2015 se contabilizan 211 conflictos
sociales de los cuales 142 han sido identificados como conflictos
socioambientales, de los cuales 95 casos corresponden a las actividades
mineras, 23 a las actividades de hidrocarburos y 9 casos se ubican en el ámbito
del sector energético.
Es
decir, las inversiones y el comportamiento minero energético explica a febrero
127 casos de un total de 142 conflictos socioambientales y latentes al mes de
febrero del presente y todo hace pensar que los mismos se incrementarán por las
demandas propias del proceso electoral donde las expectativas políticas de las
poblaciones locales se exacerban por medio de frentes de defensa y liderazgos
regionales que cuestionan el conjunto de las inversiones extractivas.
Sin
embargo, no podemos desconocer e ignorar la relación directa entre el
crecimiento económico de nuestro país y las masivas inversiones mineras que
pasaron de 22 millones de dólares a inicios de los años noventa del siglo
pasado alcanzando los US$ 9,719 millones en el 2013 y US$ 8,643 millones en el
2014, pero que se reducirán sustantivamente a partir del 2018 en la medida del
entrampamiento de las inversiones, sea por los bajos precios de los minerales, la
falta de financiamiento, los conflictos sociales y las llamadas limitaciones
ambientales.
Debiera
existir consenso social para fomentar las inversiones en general y mineras/
energéticas en particular si se pretende asegurar el crecimiento económico del
PBI, en especial si se quiere alcanzar el 5 por ciento anual de crecimiento del
PBI, pues todo hace pensar que el crecimiento para el presente año será igual
de mediocre utilizando las palabras del ministro de economía y finanzas, con
cifras menores al 3 por ciento anual, y este menor crecimiento afectará con
mayor fuerza a los más pobres.
Como
economistas debemos reconocer la relación directa entre las inversiones mineras
y el crecimiento del PBI pues es una verdad estadística que una inversión de
US$ 4,000 millones explica casi un punto de crecimiento del PBI, por tanto cabe
interrogarse sobre las razones reales y aparentes que traban las inversiones y
el costo social del excedente económico dejado de percibir por el Estado, los
trabajadores sin empleo, la afectación a la economía campesina, y las compras
no realizadas a la industria local y nacional.
¿Cuántos
hospitales, caminos y colegios no se construirán en razón de los recursos, del
excedente potencial no percibido por el estado central, regional y local?
Alguna
universidad, centro de investigación u ONG ha estimado ¿cuál ha sido el ingreso
dejado de percibir directamente e indirectamente por las inversiones no
realizadas y su posible impacto en la economía regional? Alguna institución ha
calculado ¿cuántos jóvenes trabajadores egresados de las universidades y
centros tecnológicos se encuentran subempleados por el entrampamiento de las
inversiones minero/energético?
Toda
inversión supone una demanda de bienes y servicios que dinamizan el conjunto de
la economía local, regional y nacional. Seguramente existen “externalidades
negativas” es decir aspectos negativos que puedan afectar a determinados
sectores que deben ser reconocidos e indemnizados si fuera el caso, pero en
conjunto los aspectos benéficos de las inversiones superan las perversidades de
las mismas.
El Estado
no solamente percibe el impuesto a la renta que constituye la base del canon
minero que dicho sea de paso tiende a disminuir en razón de los menores precios
internacionales, con una disminución de los ingresos y utilidades, una realidad
agravada con un permisivo marco tributario con la nueva regalía minera, del
impuesto y gravamen especial aplicado desde el último trimestre del 2011 a la
fecha.
El Estado
percibe los impuestos por la importación de maquinaria y equipo (aranceles)
adicional al impuesto selectivo al consumo de combustibles e importaciones. Es
decir, nos guste o no las inversiones mineras tienen un efecto dinámico,
multiplicador, expansivo al conjunto de la economía, y si queremos asegurar el
crecimiento económico para los próximos años tenemos que alcanzar los
necesarios consensos sociales para viabilizar y destrabar importantes inversiones
en el sector minero energético.
Siempre
he asumido que las actividades mineras/energéticas constituyen una posibilidad
de desarrollo para las poblaciones campesinas y regionales sea directa o
indirectamente, desde una valoración equitativa de los derechos de servidumbre
hasta el empleo directo, al margen de los recursos distribuidos por concepto de
canon, regalías y derechos de vigencia mineros que debieran ser ejecutados con
transparencia para superar los niveles de corrupción que constituyen una rémora
para el desarrollo.
Ahora
que los precios de los minerales han disminuido es urgente y necesario promover
con responsabilidad social, ambiental y tributaria las inversiones
minero/energético, si queremos apuntalar el crecimiento, tener los recursos fiscales
para la inclusión social y la lucha contra la pobreza.
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