Por Gonzalo Portocarrero (Sociólogo)
En un reciente artículo “El espejismo de las rentas”, sostuve que la sociedad peruana tiene que pensar muy bien el tipo de desarrollo que le conviene pues, de otra manera, podríamos convertirnos en una economía basada en la renta, en exportaciones de minerales que son muy lucrativas, pero que generan poco empleo, y que concentran el excedente económico en manos, sobre todo, de las empresas y, en menor medida, del Estado.
Como las ganancias de las empresas son fabulosas y no llegan a ser socialmente legítimas, surgen entonces cuestionamientos que están en la raíz de la inestabilidad política. De otro lado, el aumento de los ingresos del Estado puede dar lugar a la proliferación de los ‘faenones’ y a políticas clientelistas mafiosas.
Finalmente, la abundancia de dólares deprime el tipo de cambio dificultando la diversificación económica y abaratando las importaciones que traban el desarrollo de la industria nacional. La moraleja de mi artículo es que un desarrollo basado en la renta no es sustentable sino en la medida en que la sociedad tenga una “densidad institucional” que permita que esas rentas se capitalicen como infraestructura (carreteras, puertos, etc.) y educación y salud, de manera de formar ciudadanos calificados para lograr una mayor productividad.
Así sería posible que el Perú exporte productos con más valor agregado, sobre la base de remuneraciones más altas.Todo el artículo se basa pues en la importancia de la renta como un ingreso que corresponde más a la riqueza natural que al trabajo o la eficiencia empresarial. Y esto es justamente lo que el Sr. Bullard parece no entender. En su artículo, polemizando conmigo, dice: “Las mineras, como cualquier empresa, no se apropian de la riqueza. La crean. El oro, dentro del cerro, vale tanto como una piedra.
Es la inversión, la tecnología y la organización productiva lo que permite ponerlo al alcance de quienes lo valoran y están dispuestos a pagar por él. Allí es donde la riqueza aparece en la escena. No antes”. Pensemos, entonces, en ‘cerros’ donde hay oro. No todos son iguales, la cantidad de metal precioso por tonelada de mineral suele ser muy distinta. Entonces las minas pueden usar la misma tecnología y tener igual eficiencia, pero su rentabilidad va depender de la ‘calidad’ de los recursos que exploten.
Esta calidad ha hecho a Yanacocha una de las minas más rentables del mundo.La fantasía de un desarrollo basado en la renta es muy antigua en el Perú. Está inscrita en nuestro escudo nacional, donde la cornucopia de oro ocupa la mitad del espacio, resumiendo una historia a la par que señalando un destino. Pero la historia nos enseña, una y otra vez, que este sueño facilista termina convirtiéndose en una pesadilla.
El guano era una riqueza natural acumulada en millones de años. Casi no costaba nada pero el precio era muy alto. Como el guano no habría de durar, el consenso de la época era justamente ‘sembrarlo’, transformarlo en ferrocarriles que integren al país. Pero los buenos deseos se estrellaron con la realidad. Basadre nombró a este período la “prosperidad falaz del guano”. El enorme excedente fue dilapidado en guerras civiles, en un crecimiento populista del empleo estatal y en la corrupción que benefició a un puñado de familias.
Entonces, hacia 1873, agotado el guano, el Perú estaba en quiebra y la capitalización soñada había ocurrido en una mínima proporción.El plan del presidente García era una suerte de “shock de inversiones”, centradas en la minería, pero destinadas a poner en valor, de inmediato, todos nuestros recursos naturales. Este plan es heredero de la fantasía de la renta, tan arraigada en nuestro país. La historia enseña prudencia. Estos recursos deben explotarse con todas las precauciones ambientales, solo en la medida en que exista la “densidad institucional” que permita capitalizar estas bendiciones de la naturaleza que el Perú ha recibido. Esta riqueza cuya explotación puede dar lugar al conflicto, la corrupción y el empobrecimiento.
Publicado en el diario El Comercio el 11 de febrero de 2012
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