Domingo, 9 de Julio, 1882
Antecedentes importantes
Después de permanecer oculto a salvo gracias a la diligencia de los padres jesuitas del convento de San Pedro, en Lima, en cuyo hospital curó de las heridas que recibió en Miraflores en la jornada del 15 de enero de 1881 y puesta su cabeza a precio por el enemigo, se había evadido y marchado al centro, al feraz valle del Mantaro. Allí prepararía la resistencia y a sus escasas tropas de línea se sumarían entonces columnas de montoneros armados con cualquier instrumento ofensivo, acicateado el ímpetu por el odio al invasor que tanto daño causaba en sus pueblos.
Letelier pasaría a la posteridad no sólo por su ineptitud como oficial, sino principalmente por la crueldad con que asumió su función en la sierra central peruana, imponiendo cupos, saqueando e incendiando sin el menor escrúpulo, indiscriminadamente, propiedades y exigiendo cuantiosos y absurdos rescates. En Huancayo había impuesto uno de 100,000 soles y 60 caballos a la población.
Su nefasta actitud, incluyendo el hurto de dinero propiedad de la caja del ejército chileno fue censurada por su propio comando, quién lo sometió a corte marcial por corrupción. Posteriormente el gobierno de La Moneda lo exculparía por considerar importantes sus servicios en la guerra.
La acción de este militar, que deshonra las armas chilenas, valdría de por sí crónica aparte, por la forma de exacción y depredación con la que cumplió su cometido, pero baste decir que su innoble conducta sirvió para endurecer la resistencia. Aquella misión resultó un fracaso y por el contrario originó un escándalo por los actos manifiestos de corrupción y abuso de autoridad que le fueron atribuidos a Letelier. Dueño de un cuantioso botín colectado de las casas de hacendados, campesinos y de ornamentos preciosos extraidos de los numerosos templos, huyó acosado por los guerrilleros sedientos de venganza.
Para proteger su retirada desde Cerro de Pasco, Letelier ordenó a un batallón del regimiento Buín desplazarse desde Casapalca hasta el caserío de Cuevas.
Una sección de dicha fuerza se dirigió luego hacia la hacienda de Sangrar (que los historiadores chilenos por desconocimiento denominan Sangra), donde fue atacada por un batallón peruano, que le causó muchas bajas y la pérdida de cincuenta estupendos rifles.
Alarmado por este suceso, escarmentado por la resistencia, Lynch llevó a Letelier a juicio militar, suspendió el envío de este tipo de expediciones y para asegurarse la conquista de la sierra central dispuso un ejército, fuerte de unos 3,220 hombres, al mando de competentes oficiales. El primero de enero de 1882, aquel ejército, dividido en dos columnas y al mando del coronel Juan Francisco Gana, emprendió su marcha hacia los altos breñales del Perú.
Este era el detalle de ese efectivo:
Batallón Lautaro, 750 hombres
Batallón Chacabuco, 800
Batallón Tacna, 820
Regimiento Carabineros de Yungay, 400
Regimiento Cazadores a Caballo, 50
Dos baterías de montaña (12 cañones) y 4 ametralladoras, 400 hombres.
Total del efectivo: 3.220 plazas.
Para la fecha, el general Cáceres, jefe político y militar del Centro, obraba sobre la base de la siguiente disposición y efectivo:
Coronel Francisco de P. Secada, comandante en jefe del ejército del Centro.
Batallón de línea Tarapacá
Batallón de cívicos América
Batallón de cívicos Huancayo
Urgido de refuerzos, pues estos se encontraban en Ayacucho, a las órdenes del coronel de artillería Arnaldo Panizo, le adelantó un mensajero para notificarle tuviese disponible aquellas tropas a su llegada; pero Panizo, alegando obediencia a las órdenes del dictador supremo Piérola se mostró remiso a proporcionarle dichas fuerzas y en previsión, por el contrario, se hizo fuerte en las alturas del cerro Acuchimay que domina la ciudad.
Sin embargo, del Canto, apremiado por las circunstancias y el considerable número de enfermos retrasó el repliegue. Asolaba el tífus.
Era el momento esperado por el general Cáceres. Decidió rodear las fraccionadas fuerzas chilenas, para impedir su retirada hacia Lima y batirlas al detalle, por partes. Marcharon en consecuencia y ajustados al plan tres columnas con un total de 1,300 soldados y 3,000 guerrilleros.
La primera columna el batallón Pucará número 4, las columnas guerrilleras de Comas y Libres (voluntarios) de Ayacucho y fracciones del batallón América, al mando del Coronel Juan Gastó; la segunda columna, un batallón de regulares y un destacamento de guerrillas, a órdenes del coronel Máximo Tafur y, la tercera con el resto del ejército, permaneció bajo el mando del propio Cáceres.
El 8 de julio Cáceres arribó a la localidad de Chongos y se desplazó por los pueblos de Pasos, Ascotambo, Acoria y otros sin ser avistado por el adversario; acampó finalmente en las alturas de Tayacaja, frente al poblado de Marcavalle, primer objetivo militar de la expedición.
Desde aquella posición los peruanos pudieron divisar claramente a las tropas chilenas del Regimiento Santiago. En la madrugada del 9 de julio, el general Cáceres ejecutó un ataque simultáneo con artillería e infantería. La sorpresa fue tal, que en no más de 30 minutos las fuerzas chilenas se vieron obligadas a retroceder hasta el pueblo de Pucará, ubicado a poco menos de un kilómetro y medio de Marcavalle, en dirección a Huancayo.
En este proceso los chilenos sufrieron 34 bajas. En Pucará se trabó un nuevo combate entre las tres compañías del Santiago y cuatro compañías de los batallones peruanos Tarapacá, Junín y la columna de guerrilleros de Izcuchaca. El ataque peruano alcanzó tal intensidad que la tropa chilena debió emprender otra apurada retirada. Las pérdidas sufridas por el enemigo invasor en las acciones de Marcavalle y Pucará fueron considerables. Tuvieron 200 bajas, entre muertos y heridos. Asimismo dejaron en el camino municiones y demás pertrechos de guerra. Sus muertos fueron enterrados por las tropas peruanas; entre ellos seis oficiales, para quienes el general Cáceres dispuso sepultura especial así como los honores militares correspondientes. Un auténtico soldado.
Concepción
Fundada el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, por el conquistador español Hernando Pizarro, el pueblo de Concepción se ubica a un poco más de cinco leguas al noroeste de Huancayo y a nueve de Pucará, por entonces con unos tres mil habitantes. De origen inca en territorio de los antiguos huancas había sido ocupada, como tenemos explicado al comienzo de este artículo, por una guarnición del ejército chileno, una de las fracciones diseminadas por orden del coronel del Canto a lo largo de diversos pueblos del espléndido valle.
Dicho jefe chileno, el 5 de julio, había dispuesto que la cuarta compañía del Chacabuco, a órdenes del capitán Ignacio Carrera Pinto relevara a la tercera compañía del mismo regimiento en el pueblo de Concepción. La compañía de Carrera consistía en 57 soldados, 1 sargento, 4 cabos y 1 segundo oficial. A ellos se sumaban 2 subtenientes de la quinta y de la sexta compañía del Chacabuco, convalecientes del tifus. Además 10 soldados, todos ellos excluidos del servicio por enfermedad; 9 pertenecientes a diversas compañías del Chacabuco y 1 a la primera compañía del regimiento Lautaro. En total, 77 hombres; 4 de los suboficiales estaban acompañados por sus mujeres, enroladas como cantineras, quienes convivían con ellos como también era lo usual entre las tropas peruanas y bolivianas.
La vida apacible en aquel pueblo, pese al natural rechazo de la población, hacía parecer que el destacamento recién llegado no sufriría mayores contratiempos y la posibilidad de un enfrentamiento inmediato con el ejército peruano se vislumbraba remota.
El cuartel de la guarnición, era la casa parroquial contigua a la iglesia y del otro extremo se levantaba otra de dos pisos que hacía de enfermería, predios ubicados en la plaza de armas del pintoresco pueblo de Concepción. En prevención Carrera Pinto había dispuesto defensas externas. La parte posterior del improvisado cuartel daba a las faldas del cerro. Para evitar sorpresas el teniente ordenó levantar barricadas en las bocacalles en los accesos a la plaza, conforme le previno un natural sentido de defensa...
El 9 de julio, a las 9 horas, se produjeron los ataques a las guarniciones chilenas de Marcavalle y Pucará que desde luego pasaron inadvertidas en Concepción. El enemigo retrocedió hacia Zapallanga. Las tropas del Santiago lograron hacerse fuertes en un lugar llamado La Punta, donde fueron reforzados por el destacamento acantonado en Zapallanga.
Advertidos del acontecimiento y pasada la sorpresa de los primeros momentos, la fuerte división central de Huancayo se movió para socorrer a sus camaradas; por esta razón y otras circunstancias contingentes, Cáceres suspendió el ataque a este sector, con el propósito de reemprender las hostilidades al día siguiente. Había logrado su objetivo principal y los chilenos habían sido desalojados de Marcavalle y de Pucará.
Del Canto recogió a los sobrevivientes del Santiago, y con el grueso de la división se replegó a Huancayo, y en vez de tomar rumbo a Concepción el comandante en jefe decidió permanecer en aquella ciudad y pasar ahí la noche. Había recibido noticias de Concepción, pero nadie podía imaginar los dramáticos sucesos que ahí se producirían con los del Chacabuco, uno de los regimientos que se había distinguido en las batallas del sur. Una sección de setenta hombres al mando del teniente Ignacio Carrera Pinto dos oficiales, cuatro clases y cuatro cantineras, habría de sufrir, víctima de sus hechos, la venganza de numerosos campesinos que armados de cualquier forma los aniquilaría.
Con arreglo al plan general de operaciones, el coronel peruano Juan Gastó, comandante general de la división de Vanguardia, avanzó sobre el destacamento de Concepción. Llevaba 300 soldados del ejército regular y 1,000 campesinos armados con lanzas, todas las armas de fuego que pudieron colectar y sus infaltables rejones, bajo las órdenes del comandante guerrillero Ambrosio Salazar Márquez quien debería ejecutar el asalto.
Concurrían también diligentes otros jefes guerrilleros, primer comandante de la columna Apata, Andrés Avelino Ponce Palacios y el alcalde Juan Manuel García, segundo jefe de Aquella columna; el Jefe apatino Emilio García Barreto; el alcalde Juan Manuel García; el jefe guerrillero Jerónimo Huaylillos de la columna Comas, teniente Juan Nicanor Castillo; teniente Santos Alzamora; el coronel Mariano Aragonés, primer Jefe de la columna Comas; el tercer jefe de la columna Apata Ambrosio Salazar Márquez; el teniente Antonio Cama Portugal; el segundo y tercer jefes de la columna Comas, José Manuel Mercado y Manuel Concepción Arroyo; los capitanes Arcadio Minaya y Mariano Villasante que mandaban a los guerrilleros de Concepción; el teniente Juan Nicanor Salas; el subteniente Julián Farje, además de otros jefes valientes y esforzados comuneros, de ellos Juan de la Mata Sanabria, Marcos Chamorro, Esteban Alzamora, Tomás Astucuri, Cipriano Camacachi, Paulino Monge, Gregorio Maldonado, Bonifacio Pando, Lino Huamán, José Quintanilla, José T. Martínez, Víctor Cuenca, Justo Ponce, Jerónimo Véliz, Mariano Jesús, Estanislao Pairiona; el capitán de caballería Venancio Martínez; José Rosa Martínez, Crisanto Ponce, Pablo Bellido, Pedro Medina, Baltazar Chávez, Jorge Carrera, Santiago Quispe, tenientes Felipe Muñoz, Antonio Cama Portugal y Juan Nicanor Castillo Salas; Santos Alzamora, Luis Salazar, Toribio Gamarra, Ricardo Cárdenas, Estanislao Vivar, Rufino Meza, Fernando Urrutia; el doctor Santiago Manrique Tello; Luciano Villasante, Esteban Alzamora, Melchor Moreno, Daniel Peña, Manuel Santos, Moreno, Manuel Alzamora, Marcos Chamorro, Adolfo Coca, Pedro León, Miguel Patiño, Ismael Carpio, Dámaso Peña, Ángel Véliz; los oficiales Francisco Carbajal, de Moquegua; el alcalde Nicolás Berrospi, de Cerro de Pasco; el coronel Andrés Bedoya, de Tacna; el alcalde Pablo Bellido, de Ayacucho, estos últimos sin mando efectivo pero que formaban el pequeño cuerpo de regulares del coronel Juan Gastó y muchos otros más cuyos nombres iremos incorporando.
El asalto
A las 2 de la tarde las fuerzas peruanas aparecieron por los cerros que rodean Concepción, una abigarrada y nutrida poblada armada con rejones, machetes y algunas armas de fuego en compañía de soldados regulares de uniforme pero en menor número.
El sorprendido teniente Ignacio Carrera Pinto evaluó de inmediato cómo enfrentar la situación.
Para coadyuvar este último plan de apresurada contingencia, el jefe chileno despachó a un cabo y dos soldados para que abriéndose paso de alguna forma llegaran al cuartel general de Huancayo para dar cuenta de la socorrida situación en que se encontraba el destacamento, a la par que dispuso sus hombres para la defensa.
Quedó entonces la guarnición fatalmente reducida a 74 soldados. Pero, como era de esperarse, los mensajeros fueron descubiertos en su intento y los comuneros dieron rápida cuenta de ellos y con este hecho desvanecida la búsqueda de socorro.
Hemos dicho que el coronel del Canto no marcharía aquel fatídico día sobre Concepción; había decidido permanecer con el grueso de sus fuerzas en Huancayo. Además, acababa de recibir una comunicación del propio teniente Carrera, a la a 1 y 30 de la tarde, por la que daba parte que la guarnición bajo su mando se encontraba sin novedad. Ironías del destino.
La fuerza peruana inició esporádicos y aislados disparos desde las colinas. La guarnición chilena, obligada a conservar municiones, no contestó el fuego. Estaba preparada para repeler un ataque frontal. Carrera dividió entonces su destacamento en principio para defender el perímetro de la plaza de armas, donde había anticipado barricadas, para lo cual distribuyó a sus hombres en los cuatro accesos a la plaza.
En poco tiempo ejército y guerrilleros peruanos bajaron las laderas; por el sendero de Lastay, los comasinos; al mismo tiempo los hombres del ejército regular aparecieron por el lado opuesto de la quebrada de Matinchara, por el camino que conduce a Quichuay; quedaba de esta forma cercado el pueblo. De inmediato emprendieron el asalto simultáneo a la plaza. Los chilenos parapetados respondieron con una descarga cerrada, causando muchas bajas en los asaltantes, pero el ánimo caldeado de éstos no se amilanó y continuaron en la brega. Fueron rechazados una y otra vez hasta llegar de a poco a las posiciones chilenas, primera fase del combate, que se prolongaría por una hora.
La disciplinada destreza de los defensores a cubierto, disparando sus fusiles Comblain de reglamento, producía tiro certero y causaba considerable baja. Las embestidas peruanas con sus armas de toda suerte y factura no podían romper las barricadas y se veían obligadas a retroceder para reintentar una y otra vez penetrar las defensas del adversario no sin antes causarle muertos y heridos. No había, pese a las bajas sufridas por los peruanos, intención alguna de suspender o concluir el ataque. Era evidente, sin embargo, que pronto los esfuerzos de resistencia serían acallados.
Los chilenos poco tiempo después fueron forzados a replegarse el centro de la plaza cargando a sus heridos y dejando los cadáveres de sus compañeros caídos en acción. Los guerrilleros, bajo la viva voz de su jefe, comandante Ambrosio Salazar Márquez, avanzaron resueltos. La nueva posición que tomaron los chilenos los había dejado más expuestos. El teniente Carrera ordenó entonces el inmediato repliegue hacia el cuartel y la plaza de armas quedó desierta, excepto los cadáveres de los primeros momentos.
Afirmadas con trancas las pesadas puertas conventuales y tapiadas las ventanas, los resueltos defensores buscaron troneras para disparar. Todos quienes pudieron tomar el fusil acudieron a las armas. Había llegado ese momento cuando los espíritus enardecidos se atacan y acometen con esa fuerza irrazonable, una paradoja desesperada por salvar la vida.
Había en el espíritu de los pacíficos y laboriosos trabajadores del campo, convertidos ahora en feroces guerreros, la indignación y sed de venganza por las tropelías, cupos y abusos cometidos por las fuerzas chilenas contra sus pueblos y familias y por ello no cejaron en su empeño y se lanzaron cada vez más osados y decididos para recibir fuego nutrido y compacto que los replegaba con las consecuentes bajas.
Suspendido por un momento el ataque, el coronel Gastó, consciente que tarde o temprano se tomaría el cuartel chileno y en consideración al posible exterminio del valiente destacamento enemigo, amén del profuso derramamiento de sangre, envió a uno de sus oficiales para que, bajo bandera de parlamento, planteara la rendición de los parapetados soldados con arreglo a los usos y costumbres de la guerra.
Rezaría el texto, en clara redacción militar:
"Señor Jefe de las fuerzas chilenas de ocupación.- Considerando que nuestras fuerzas que rodean Concepción son numéricamente superiores a las de su mando y deseando evitar un enfrentamiento imposible de sostener por parte de ustedes, les intimó a deponer las armas en forma incondicional, prometiéndole el respeto a la vida de sus oficiales y soldados. En caso de negativa de parte de ustedes, las fuerzas bajo mi mando procederán con la mayor energía a cumplir con su deber."
Ignacio Carrera Pinto, persuadido de su dramática situación frente al enemigo superior en número y consciente de su ligazón familiar con el mandatario de Chile, además de saberse descendiente de un prócer, respondió resuelto en el mismo papel de notificación:
"En la capital de Chile y en uno de sus principales paseos públicos existe inmortalizada en bronce la estatua del prócer de nuestra independencia, el general José Miguel Carrera, cuya misma sangre corre por mis venas, por cuya razón comprenderá usted que ni como chileno ni como descendiente de aquel deben intimidarme ni el número de sus tropas ni las amenazas de rigor. Dios guarde a usted".
Bien, continuamos, cumplidas las formalidades de la guerra y estando a la respuesta el mando peruano dispuso la reanudación del ataque que se produjo de inmediato, a pecho descubierto, por hombres en su mayoría armados con rejones, pero nuevamente fue rechazado con las feroces descargas de plomo.
El combate encontró a los adversarios, con el mismo ímpetu, hasta que la tarde alcanzó a la noche; el frío se acentuó, el silencio se apoderó de la plaza y cada bando se apresuró en asistir a sus heridos y a reponer fuerzas. En el ánimo de los chilenos estaba pendiente la esperanza de la llegada de Gana y la salvación. Era cuestión de tiempo, en tanto sólo quedaba continuar la lucha...
A eso de las 7 de la noche se reinició el combate, esta vez los atacantes continuaron disparando contra el cuartel pero avanzaron protegidos por la oscuridad. Finalmente alcanzaron las paredes del recinto. Los hombres del Chacabuco salieron en grupos a repeler a la bayoneta, con lo que lograron hacer retroceder a sus atacantes. Esta acción, repetida en varias oportunidades, pese a lograr alejar a los peruanos de su posición por un momento, les había hecho sufrir bajas en mayor proporción.
Dueños ahora de la posición de la plaza, los atacantes pudieron penetrar a las casas aledañas al cuartel que terminó rodeado. Trepados sobre los techos vecinos y desde distintos ángulos, continuaron disparando contra el objetivo y causando más mortandad entre sus agotados adversarios.
Ya el cuartel chileno estaba soportando sus últimos instantes. Los gritos intimando a la rendición se sucedían. Pero era evidente que aquellos soldados preferirían seguir la lucha, la alternativa de la vida era remota en manos de los guerrilleros. Sabían del rencor que les guardaban.
Lenguas de llamas, avivadas por los atacantes hicieron presa del cuartel y sus precarios ocupantes se agolparon donde mejor pudieron. Carrera Pinto decidió otra salida con objeto de limpiar el perímetro. Al frente de su grupo se abrió paso, avanzando por el frente y los costados del cuartel.
Los emisarios enviados para pedir la nueva rendición fueron baleados en el fragor del combate y ello enfureció a los atacantes que consideraron tal reacción como un acto de traición. Los ataques se prolongaron durante toda la madrugada, sin mitigarse y sin que los chilenos se decidieran a presentar bandera de parlamento.
Amaneció finalmente y Pérez Canto se vio obligado a efectuar una nueva incursión fuera del cuartel y sucumbió en su propósito. Dentro del recinto sólo permanecía el joven subteniente Cruz con una docena de soldados y tres cantineras
El coronel Gastó, ante semejante derramamiento de sangre, quiso salvar la vida de los sobrevivientes y exhortó a Cruz a deponer su actitud combativa. Fue inútil, el contagio de heroicidad era evidente. Entonces Cruz ordenó a los pocos hombres que le quedaban salir del recinto para abrirse paso a la fuerza hacia la plaza. En el acto subteniente y acompañantes sucumbieron.
El coronel Gastó y la mayoría de soldados y oficiales del ejército regular se habían retirado poco antes en cumplimiento de órdenes superiores, pues sabía que en la práctica el combate había concluido y era cuestión de poco tiempo rendir a los sobrevivientes enemigos.
Por ello, aproximadamente a las 8 de la noche dispuso que las tropas del ejército regular se dirigieran hacia al fundo Santibáñez, entre Quichuay e Ingenio. El mayor Juan Manuel García, que se esforzaba para que los guerrilleros los tomaran en calidad de prisioneros, impotente finalmente no pudo frenar a los enfurecidos campesinos. Pero los antecedentes eran elocuentes respecto del trato y la reciprocidad.
Todo guerrillero, en su condición de tal, capturado por los chilenos era pasado por las armas, se desconocía el carácter de beligerantes de esos improvisados guerreros, quemaban sus viviendas, saqueaban sus pueblos y ejecutaban a sus padres, hermanos e hijos. Esta vez, decenas de ellos yacían muertos en aquel combate de Concepción. Guerrileros, muchos de ellos que únicamente hablaban el quechua pero que tenían el sentido de lo suyo y la fuerza determinante de la pelea.
El 10 de julio el general Cáceres reanudo la marcha sobre Huancayo para continuar la lucha, pero del Canto ya había evacuado la población con dirección a Jauja, por la cual la capital de Junín fue recuperada por las fuerzas peruanas.
Represalia chilena
En su repliegue, el jefe chileno entró en Concepción y se dio con el dantesco cuadro. Acto seguido ordenó en venganza fusilar a cuanto montonero y residente, sin exclusión de edad o sexo estuviera a mano, incendiar las viviendas y arrasar con el pueblo.
Por iniciativa del comandante del regimiento Chacabuco dispuso que, por el cirujano de la división, los corazones de los cuatro valientes oficiales fueran retirados de sus cuerpos para ser transportados a Lima y posteriormente remitidos a Santiago, donde descansan en una columna de mármol ubicada a inmediaciones de la entrada por la puerta derecha de la Catedral.
El general Cáceres honra al comandante Ambrosio Salazar al citarlo en el parte de guerra sobre los combates de Marcavalle, Pucará, Concepción y San Juan Cruz, publicado en Tarma el 28 de julio de 1882.
Dice en el parte:
“El 10 tuve conocimiento de la retirada emprendida de las fuerzas de Huancayo y la toma del cuartel de Concepción, donde pereció toda la guarnición chilena al brío de los guerrilleros de Comas mandada por el Teniente Coronel provisional, don Ambrosio Salazar”.
Y en cuanto a los vencedores de Concepción expresa:
“Guerrilleros de Concepción, estoy orgulloso de vosotros, y el Perú entero debe estarlo también. Si mi nombre como lazo de unión patriótica ha merecido nuevo lustre por vuestros heroicos e insospechados hechos bélicos, ellos me obligan a proseguir como hasta hoy, en el futuro, por los senderos, a través de todas las dificultades y sacrificios, por sólo el bienestar y dignidad del Perú”.
Parte del comandante guerrillero don Ambrosio Salazar y Márquez:
Ingenio, julio 10 de 1882- 1p.m.
Señor coronel don Juan Gastó, Comandante General de la División Vanguardia del Ejército del Centro.
S.C.C.G.
US. opinó que la hora era inoportuna para emprender el ataque y que además era necesario saber con fijeza sobre el paradero del señor General Cáceres y su ejército, o de algún movimiento que éste haga contra el grueso del ejército enemigo, que en la actualidad ocupa Huancayo; y que, en consecuencia, era más conveniente en concepto de US. ocupar las alturas de este pueblo, para estar atento á las evoluciones que lleve á cabo dicho señor general y operar en seguida de concierto con ellas .
Yo no quise cejar ni un punto de la resolución que traía desde que salí de Comas, de atacar al enemigo sin pérdida de instante. Viendo el sargento mayor don Luis Lazo, 2° jefe de la columna Ayacucho, que mi propósito era inquebrantable, se asoció á mi dictamen y dijo en voz alta, como á US. le consta, que él me acompañaría en mi empresa aunque sea solo.
Una vez que hube llegado al expresado Morro, abrí los fuegos contra los chilenos, que desplegaron en guerrillas en la plaza y en el patio del convento que hacía de cuartel, nos esperaban, á consecuencia sin duda de algún aviso que en ese instante tuvieron de nuestra aproximación por ese lado. Por espacio de una hora sostuve un nutrido fuego de fusilería en esa posición hasta que US., según convenimos de antemano, se introdujese á la ciudad sin ser visto por el enemigo, siguiendo el camino de Quichuay, para llevar á cabo un movimiento envolvente, es decir, para desembocar á retaguardia de los combatientes de la plaza, por la equina de la casa la Sra. Valladares; tomada la retaguardia por US. descendí de frente para tomar el flanco derecho de los adversarios, apareciendo por los portales.
El movimiento se ejecutó sin tropiezo ninguno, los chilenos de la plaza, luego que se apercibieron de ello, se replegaron al cuartel incontinenti; hasta esa hora mis fuerzas no sufrieron más bajas que dos caballos, uno de ellos de mi ayudante, capitán Cipriani (sic) Camacachi. Eran las 6 p.m.
Pocos minutos después, el ayudante de US, capitán Revilla, me comunicó que US. en su propósito de conservar intactas sus fuerzas, en obediencia á instrucciones superiores, se retiraba á las alturas á pernoctar y procurarle rancho á sus soldados. También me participó que el teniente coronel don Francisco Carvajal había sido herido.
A las 6 y 30 p.m. ordené á mis ayudantes Bellido y Camacachi que trajesen kerosene de la tienda de don Daniel Peña, quien minutos antes me dio dos rifles con 50 cápsulas de dotación cada uno, y ofrecióme el aludido combustible si necesario fuera. Los ayudantes no se hicieron esperar mucho, trajeron de 12 á 15 latas de petróleo y procedimos á incendiar el convento, arrojándolo sobre sus techos; opté por esta medida para obligarlos á rendirse o salir de allí para batirse á cuerpo libre; no conseguí mi objeto: los enemigos no cesaron de dirigirnos sus proyectiles por las numerosas ventanas del edificio; Camacachi, que fue uno de los que con más intrepidez cebaba el fuego, perdió la mano derecha de un tiro que los enemigos le asestaron desde su encierro.
Algunos de Concepción, no arriba de once, se pusieron á mis inmediatas órdenes, con sus respectivos rifles, y tomaron parte activa en el combate, fueron los siguientes; Daniel Peña, don Ricardo Cadenas, doctor Santiago Manrique Tello, don Sántos Moreno, don Dámaso Peña, Esteban Alzamora; Marcos Chamorro, Adolfo Coca, subteniente Juan A. Castillo, Ismael Carpio y Mariano Villavisante; de todos éstos murieron en la acción Chamorro y Alzamora. Los enemigos abandonaron el cuartel reducido á cenizas á las 12 de la noche y se refugiaron en el local contiguo, situado al costado izquierdo de la iglesia matriz, dejando en aquel más de 15 cadáveres.
Entonces los nuestros, con ese brío irresistible que desde el principio del ataque desplegaron, los estrecharon en un círculo más reducido; se apoderaron de las paredes de los flancos, de las torres de la Iglesia y de los techos de ésta.
A esta hora se hizo la lucha por de más encarnizada; los oficiales chilenos dentro del salón principal del último local, destacaban fracciones de 6 u 8 soldados, se batían con desesperación y de seguro después de 15 o 20 minutos de sostener con los nuestros nutrida fusilería en total fuera de combate, gravemente heridos o muertos. Los que ocupaban la torre próxima al á última trinchera del enemigo, son los que bajas han ocasionado á éste. Cesaban los fuegos de una y otra parte por intervalos más o menos cortos de tiempo; en esta situación nos mantuvimos toda la noche hasta las 7 á.m. de hoy; á esta hora anhelamos llegar al epílogo del sangriento drama, ideamos hacer forados en las paredes que circundan al cuartel y dar el último asalto.
Cáceres quedó dueño del valle del Mantaro. Estableció su cuartel general en Tarma y se dedicó a reorganizar su ejército. Su objetivo había sido parcialmente logrado. Para enero de 1883 ya contaba con 3,200 hombres instruidos, equipados y disciplinados.
Créditos y Fuentes:
Bibliografía:
Archivo fotográfico peruano Courret
Enlaces
http://www.soberaniachile.cl/norte3_8.html # sub1
http://www.laguerradelpacifico.cl/Campanas 20terrestres/Combate%%% 20Concepcion/parte 20salazar.htm(*) Escribe Luis Siabala Valer,
Visítenos en:
http://harumalraschid.blogspot.com/2008/04/resistencia-y-asalto-concepcin.html
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