miércoles, 18 de mayo de 2011

Resistencia y asalto a Concepción (*)



A don Máximo Sánchez Arévalo


Jefe guerrillero

Operaciones militares de la Guerra del Salitre

Domingo, 9 de Julio, 1882


Antecedentes importantes

Para el segundo año de ocupación de Lima, la presencia clara y cada vez más evidente de la resistencia en el centro del país traía preocupadas a las autoridades militares chilenas. En la sierra central columnas de campesinos se movían a la cabeza de jefes nombrados, sea por voluntad colectiva o como respuesta al llamado de un indiscutible jefe que se hacía más visible y que cobraba autoridad, el coronel Andrés Avelino Cáceres Dorregaray.



Después de permanecer oculto a salvo gracias a la diligencia de los padres jesuitas del convento de San Pedro, en Lima, en cuyo hospital curó de las heridas que recibió en Miraflores en la jornada del 15 de enero de 1881 y puesta su cabeza a precio por el enemigo, se había evadido y marchado al centro, al feraz valle del Mantaro. Allí prepararía la resistencia y a sus escasas tropas de línea se sumarían entonces columnas de montoneros armados con cualquier instrumento ofensivo, acicateado el ímpetu por el odio al invasor que tanto daño causaba en sus pueblos.

Su casa en Lima, de la calle San Ildefonso en los Barrios Altos, ocupada por su esposa y alguna familia, era materia de vigilancia constante. Pero allí bullía una quinta columna o inteligencia siempre dispuesta a prestar los socorros de ambulancia o los envíos furtivos de armas, al paso del ferrocarril que detenía en la cercana estación de Viterbo rumbo a la sierra central, que para entonces su punto más alto y final era la localidad de Chicla, en las altas punas de la cordillera.

Oriundo de Chupas, en Ayacucho, poblado en las pampas inmediatas al sur este de Huamanga, el coronel, veterano de todas las campañas del sur, hablaba con fluidez el quechua y por ello llegaba con facilidad al corazón de los pueblos por donde pasaba que a su voz se enrolaban, sumándose al pequeño ejército de regulares que le acompañaba, el batallón Zepita, que era el más conspicuo por haberlo comandado en toda la campaña del sur; de esta forma se asimilaban sencillos campesinos armados con rejones y antiguas armas coloniales de fuego dando lugar a una considerable fuerza.

Formaban parte de su Estado Mayor, selectos oficiales que se le reunieron y un grupo de entusiastas adscritos que respondía a la Ayudantina, como se le denominaba; eran estos señoritos hijos de los hacendados de la sierra central decididos a presentar al enemigo un frente móvil de sorpresa y desgaste en un terreno alto con una orografía agreste tal como lo presentan los contrafuertes del hermoso, extenso y fértil valle del Mantaro.

Destacamentos a la búsqueda de Cáceres

El comandante en jefe de las topas de ocupación, con cuartel en Lima, por entonces contralmirante Patricio Lynch Solo Zaldivar, dispuso la salida de sendos regimientos con dirección al Mantaro, para poner fin a la amenaza que ya había sorprendido a las tropas regulares que incursionaron a la sierra en busca de botín y exacción. Pero la actividad de los guerrilleros era un constante obstáculo para atender estos propósitos.

En este aspecto es preciso apuntar que fueron montoneros peruanos los que en pampa Quinua, Ayacucho, afligieron el flanco derecho del valiente brigadier español Jerónimo Valdez, como que guerrilleros fueron los que encabezados por Juan Martín “el Empecinado” dieron cuenta de las tropas francesas en las jornadas anteriores a Bailén, en España. Es decir, aquellos eran cuerpos de irregulares animados por una suerte de venganza que apuntalaba fuertemente sobre su espíritu y por ello fueron capaces de conseguir triunfos insospechados.

Un regimiento chileno, en general, comprendía 1,200 plazas de infantería, asistido de artillería y caballería, es decir, un conjunto bien afiatado de combate y su componente adecuadamente armado, muy bien montado, avituallado por su intendencia y socorrido por sus bien dotadas ambulancias, con lo que le bastaba para penetrar con suficiente autonomía, como era el caso que nos ocupa, dentro de los breñales de la sierra peruana con la ventaja consecuente de la fuerza y la aplicación del cupo a los indefensos pueblos, cuyos padres e hijos habían acudido a formar la resistencia que Cáceres estaba convocando. Este era el caso del regimiento Chacabuco, o Sexto de Línea, cuyo jefe el coronel José Francisco Gana había dispuesto que una columna de esa cuerpo se adelantara y ocupase Concepción.

Plan de ataque y resistencia en simultáneo

Entre mediados de 1881 y mediados de 1882, la primera maniobra estratégica concebida por Cáceres, durante la llamada Campaña de la Breña, fue emprender una guerra de guerrillas para, en el entreacto, formar y adiestrar sus primeras tropas. Una vez que estas hubieron adquirido volumen y consistencia, adoptó un esquema defensivo y al abrigo de esa estrategia de guerra de desgaste alcanzó la fuerza suficiente para pasar a la contraofensiva.

Dentro de este contexto de resistencia y contraataque se dieron las continuas incursiones de las fuerzas peruanas en las localidades de Matucana, La Oroya, Tarma, Jauja, Chicla, San Mateo, con preferencia a muchas otras, con notable suceso.

Para fines de 1881, persuadido de la importancia de esta acción de iniciativa personal, el dictador supremo del Perú, don Nicolás de Piérola, ascendió a Cáceres, dueño ya de una respetable fuerza disciplinada y armada, al grado de general y lo nombró jefe superior político-militar del centro. Contaba con 3,000 hombres, ocho piezas de artillería y un regimiento de caballería, fuerza con la que daba sorpresivos golpes a los chilenos desde Chosica, pequeña e idílica localidad a diez leguas al este de Lima.

Tampoco dejó de lado el concurso de sus campesinos-guerrilleros de las diversas comunidades altas de los Andes, como lo eran las de Apata o las de Comas quienes operaban con la habilidad propia de su naturaleza frugal y resistente a la faena en altura, en especial la colocación de trampas o galgas al borde de los abismos en los desfiladeros y pasos obligados de los breñales, arte que dominaban a la perfección y otras tareas destinadas al apoyo táctico de las tropas regulares.

Era conocido y un motivo de apremio y temor para el enemigo, que necesariamente se aventuraba por los desfiladeros, el peligro que significaba para las tropas, acémilas y equipo, generalmente parque de artillería cuando en las alturas tronaba de pronto fatal, in cressendo, el horrísono alud de las galgas que dando tumbos empujaban a su paso rocas de mayor tamaño, mensajeras terribles de la muerte.

Consideraciones de paz y envio de fuerza punitiva

Consolidada la ocupación de las principales ciudades de la costa del Perú –excepto Arequipa, Cusco, Puno y vastos sectores de la sierra- el alto mando militar chileno tenía claro que la presencia de la fuerza hostil que operaba en los Andes, con el coronel Cáceres a la cabeza, haría imposible la tan ansiada paz que urgía, habida cuenta de los altos costos de la ocupación, que no lo era de todo el país inmenso para tal propósito, la manifiesta hostilidad y el desaliento de las propias tropas por el abandono de la metrópoli, tal como lo señala el historiador chileno Jorge Hinostroza en su famoso Adiós al Séptimo de Línea, Capítulo Los batallones olvidados y, sobre todo, el avance para concertar acuerdos de paz que negociaba con el presidente del gobierno provisorio, con sede en el pueblo de la Magdalena, don Francisco García Calderón.

Sin otro recurso el jefe militar de ocupación, contralmirante Lynch, para evitar que la guerra se prolongase indefinidamente, por cuanto no se había dado la rendición oficial del Perú -hecho que jamás ocurrió- envió, en mayo de 1881, una fuerte expedición punitiva rumbo a Junín y Cerro de Pasco al mando del teniente coronel de caballería Ambrosio Letelier Salamanca con órdenes de destruir sin contemplaciones cualquier forma de resistencia por parte de los peruanos.


Letelier pasaría a la posteridad no sólo por su ineptitud como oficial, sino principalmente por la crueldad con que asumió su función en la sierra central peruana, imponiendo cupos, saqueando e incendiando sin el menor escrúpulo, indiscriminadamente, propiedades y exigiendo cuantiosos y absurdos rescates. En Huancayo había impuesto uno de 100,000 soles y 60 caballos a la población.

Su nefasta actitud, incluyendo el hurto de dinero propiedad de la caja del ejército chileno fue censurada por su propio comando, quién lo sometió a corte marcial por corrupción. Posteriormente el gobierno de La Moneda lo exculparía por considerar importantes sus servicios en la guerra.

La acción de este militar, que deshonra las armas chilenas, valdría de por sí crónica aparte, por la forma de exacción y depredación con la que cumplió su cometido, pero baste decir que su innoble conducta sirvió para endurecer la resistencia. Aquella misión resultó un fracaso y por el contrario originó un escándalo por los actos manifiestos de corrupción y abuso de autoridad que le fueron atribuidos a Letelier. Dueño de un cuantioso botín colectado de las casas de hacendados, campesinos y de ornamentos preciosos extraidos de los numerosos templos, huyó acosado por los guerrilleros sedientos de venganza.

Para proteger su retirada desde Cerro de Pasco, Letelier ordenó a un batallón del regimiento Buín desplazarse desde Casapalca hasta el caserío de Cuevas.

Una sección de dicha fuerza se dirigió luego hacia la hacienda de Sangrar (que los historiadores chilenos por desconocimiento denominan Sangra), donde fue atacada por un batallón peruano, que le causó muchas bajas y la pérdida de cincuenta estupendos rifles.

Alarmado por este suceso, escarmentado por la resistencia, Lynch llevó a Letelier a juicio militar, suspendió el envío de este tipo de expediciones y para asegurarse la conquista de la sierra central dispuso un ejército, fuerte de unos 3,220 hombres, al mando de competentes oficiales. El primero de enero de 1882, aquel ejército, dividido en dos columnas y al mando del coronel Juan Francisco Gana, emprendió su marcha hacia los altos breñales del Perú.

Este era el detalle de ese efectivo:

Batallón Lautaro, 750 hombres
Batallón Chacabuco, 800
Batallón Tacna, 820
Regimiento Carabineros de Yungay, 400
Regimiento Cazadores a Caballo, 50
Dos baterías de montaña (12 cañones) y 4 ametralladoras, 400 hombres.

Total del efectivo: 3.220 plazas.


Los animales de transporte de tropa, carga y tiro: 1,250 acémilas, de ellas 100 mulos y 600 caballos de la artillería que guarnecía la Capital.

Para la fecha, el general Cáceres, jefe político y militar del Centro, obraba sobre la base de la siguiente disposición y efectivo:

Coronel Francisco de P. Secada, comandante en jefe del ejército del Centro.

Batallón de línea Zepita
Batallón de línea Tarapacá
Batallón de cívicos América
Batallón de cívicos Huancayo
Escuadrón Cazadores del Perú
Cinco piezas de montaña. Para entonces Cáceres contaba con 4 cañones Krupp y 4 piezas de avancarga, ánima lisa, por toda artillería.

Total del efectivo: 1.000 hombres.

No tardarían en darse los primeros enfrentamientos entre las tropas regulares chilenas con las de Cáceres. En Huarochirí, la fuerza de Cáceres sufrió su primer revés por la defección traicionera, en pleno combate, de los batallones del coronel Manuel de la Encarnación Vento y de algunas tropas de caballería. Cáceres impidió la debacle y pese a las pérdidas logró replegarse sobre Tarma. Su ejército había quedado reducido a 1,000 hombres de infantería, 98 jinetes y 90 artilleros, pero aún constituía una importante unidad de combate.

Urgido de refuerzos, pues estos se encontraban en Ayacucho, a las órdenes del coronel de artillería Arnaldo Panizo, le adelantó un mensajero para notificarle tuviese disponible aquellas tropas a su llegada; pero Panizo, alegando obediencia a las órdenes del dictador supremo Piérola se mostró remiso a proporcionarle dichas fuerzas y en previsión, por el contrario, se hizo fuerte en las alturas del cerro Acuchimay que domina la ciudad.

Cáceres apareció en marcha envolvente, el 22 de febrero, por donde menos se le esperaba y emprendió el asalto cuesta arriba con sus disminuidas tropas y consiguió imponerse. Asimiló entonces el efectivo conquistado y ahora, formando una sola fuerza, reemprendió su marcha sobre los chilenos que ocupaban el valle del Mantaro.

El jefe del Destacamento Chacabuco

Integrando el componente del ejército de Gana, venía el Sexto de Línea o Chacabuco, al mando del comandante Marcial Pinto Agüero. Fuerte de seis compañías había tenido una destacada y decisiva participación en las batallas de San Juan y Miraflores y en la toma del Morro Solar, que no había sido fácil. Por ello se le consideraba un regimiento de élite.

Con referencia al regimiento Chacabuco la profusa historiografía chilena refiere que en los inicios de la campaña del Pacífico, desde el asalto de Pisagua, esta unidad formada por voluntarios de la clase obrera, al mando de oficiales profesionales, perteneciente en su mayoría a la burguesía -como también era costumbre dentro del ejercito peruano-, apuntamos nosotros, no tenía enrolados los provenientes de las clases acomodadas, lo que ocasionaba la consecuente molestia por semejante privilegio y el desigual peso de la carga del conflicto.

Por esta razón muchos jóvenes de las clases media y alta concurrieron a sus filas. Entre ellos Ignacio Carrera Pinto, sobrino del presidente de Chile y descendiente de José Miguel Carrera y Verdugo, prócer de la independencia de su país, enroládose en el ejército donde recibió el grado de sargento del Regimiento Cívico Movilizado No 7 de Infantería, Esmeralda, conocido como el Séptimo de Línea.

Ocupada Lima, Carrera fue ascendido al rango de teniente. Poco más de un año después, fue promovido al rango de capitán y jefe de la cuarta compañía del regimiento Chacabuco, que en aquellos momentos formaba parte de la división que ocupaba la sierra central del Perú. Ascenso del cual no alcanzó a enterarse.

La fuerza chilena llegó a operar, en su mayor amplitud, un radio de trescientos kilómetros entre las localidades andinas de Chicla, Marcavalle y Cerro de Pasco, localidad minera esta última arriba de los 4.000 metros sobre el nivel del mar. El cuartel general fue la ciudad de Huancayo, capital del departamento de Junín, a orillas del río Mantaro, a 3.340 metros de altitud y a la vista de los nevados del Huaytapallana, conocida por su clima templado y saludable.

Para obtener mayor control el jefe de la división del centro, coronel Gana, había dispuesto guarnecer el valle con fracciones de tropas ubicadas en los pueblos y caseríos distanciados unos de otros entre 20 y 30 kilómetros. Era claro que esta forma fraccionada de estacionar tropas podría acarrear consecuencias de gravedad. Así lo intuyó Lynch y no se equivocó.

Los sucesos importantes inmediatos tienen lugar en febrero, cuando ausente el coronel Gana, que retornó a Lima, dejó el mando de las tropas del centro al coronel Estanislao del Canto, a la sazón comandante del regimiento Buín, Segundo de Línea.

Sobre la base de estas consideraciones respecto a lo fraccionado de las guarniciones del valle del Mantaro, Lynch ordenó al jefe chileno abandonar Huancayo y replegarse a Jauja donde tendría mejor dominio del ferrocarril de la Oroya y en caso de emergencia el paso del ejército al otro lado de la cordillera de los Andes. La ofensiva podría reanudarse concluido el penetrante invierno andino.

Sin embargo, del Canto, apremiado por las circunstancias y el considerable número de enfermos retrasó el repliegue. Asolaba el tífus.

Pucará y Marcavalle

El 5 de febrero la fuerza chilena sostuvo un primer combate con las tropas de Cáceres en la localidad de Pucará al noreste de Huancayo. Las tropas enemigas, en franca desorganización, luego de sufrir muchas bajas, replegaron hacia Zapallanga donde buscaron refugio. Habían dejado abandonado considerable cantidad de armamento y munición.


Era el momento esperado por el general Cáceres. Decidió rodear las fraccionadas fuerzas chilenas, para impedir su retirada hacia Lima y batirlas al detalle, por partes. Marcharon en consecuencia y ajustados al plan tres columnas con un total de 1,300 soldados y 3,000 guerrilleros.

La primera columna el batallón Pucará número 4, las columnas guerrilleras de Comas y Libres (voluntarios) de Ayacucho y fracciones del batallón América, al mando del Coronel Juan Gastó; la segunda columna, un batallón de regulares y un destacamento de guerrillas, a órdenes del coronel Máximo Tafur y, la tercera con el resto del ejército, permaneció bajo el mando del propio Cáceres.

El coronel Gastó debía marchar por el sector derecho de las alturas del río Mantaro y, virando por la localidad de Comas, caer sobre el pueblo de Concepción y batir al destacamento que ocupaba ese lugar. La columna de Tafur debía avanzar hacia el oeste, pasar por Chongos y Chupaca, caer sobre la Oroya, atacar a la guarnición chilena y cortar el puente del mismo nombre para impedirle el escape hacia Lima. El general Cáceres se reservó batir a los destacamentos chilenos de Marcavalle y Concepción.

El 8 de julio Cáceres arribó a la localidad de Chongos y se desplazó por los pueblos de Pasos, Ascotambo, Acoria y otros sin ser avistado por el adversario; acampó finalmente en las alturas de Tayacaja, frente al poblado de Marcavalle, primer objetivo militar de la expedición.

Desde aquella posición los peruanos pudieron divisar claramente a las tropas chilenas del Regimiento Santiago. En la madrugada del 9 de julio, el general Cáceres ejecutó un ataque simultáneo con artillería e infantería. La sorpresa fue tal, que en no más de 30 minutos las fuerzas chilenas se vieron obligadas a retroceder hasta el pueblo de Pucará, ubicado a poco menos de un kilómetro y medio de Marcavalle, en dirección a Huancayo.

En este proceso los chilenos sufrieron 34 bajas. En Pucará se trabó un nuevo combate entre las tres compañías del Santiago y cuatro compañías de los batallones peruanos Tarapacá, Junín y la columna de guerrilleros de Izcuchaca. El ataque peruano alcanzó tal intensidad que la tropa chilena debió emprender otra apurada retirada. Las pérdidas sufridas por el enemigo invasor en las acciones de Marcavalle y Pucará fueron considerables. Tuvieron 200 bajas, entre muertos y heridos. Asimismo dejaron en el camino municiones y demás pertrechos de guerra. Sus muertos fueron enterrados por las tropas peruanas; entre ellos seis oficiales, para quienes el general Cáceres dispuso sepultura especial así como los honores militares correspondientes. Un auténtico soldado.

Concepción

Fundada el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, por el conquistador español Hernando Pizarro, el pueblo de Concepción se ubica a un poco más de cinco leguas al noroeste de Huancayo y a nueve de Pucará, por entonces con unos tres mil habitantes. De origen inca en territorio de los antiguos huancas había sido ocupada, como tenemos explicado al comienzo de este artículo, por una guarnición del ejército chileno, una de las fracciones diseminadas por orden del coronel del Canto a lo largo de diversos pueblos del espléndido valle.

Dicho jefe chileno, el 5 de julio, había dispuesto que la cuarta compañía del Chacabuco, a órdenes del capitán Ignacio Carrera Pinto relevara a la tercera compañía del mismo regimiento en el pueblo de Concepción. La compañía de Carrera consistía en 57 soldados, 1 sargento, 4 cabos y 1 segundo oficial. A ellos se sumaban 2 subtenientes de la quinta y de la sexta compañía del Chacabuco, convalecientes del tifus. Además 10 soldados, todos ellos excluidos del servicio por enfermedad; 9 pertenecientes a diversas compañías del Chacabuco y 1 a la primera compañía del regimiento Lautaro. En total, 77 hombres; 4 de los suboficiales estaban acompañados por sus mujeres, enroladas como cantineras, quienes convivían con ellos como también era lo usual entre las tropas peruanas y bolivianas.

La vida apacible en aquel pueblo, pese al natural rechazo de la población, hacía parecer que el destacamento recién llegado no sufriría mayores contratiempos y la posibilidad de un enfrentamiento inmediato con el ejército peruano se vislumbraba remota.

El cuartel de la guarnición, era la casa parroquial contigua a la iglesia y del otro extremo se levantaba otra de dos pisos que hacía de enfermería, predios ubicados en la plaza de armas del pintoresco pueblo de Concepción. En prevención Carrera Pinto había dispuesto defensas externas. La parte posterior del improvisado cuartel daba a las faldas del cerro. Para evitar sorpresas el teniente ordenó levantar barricadas en las bocacalles en los accesos a la plaza, conforme le previno un natural sentido de defensa...

El 9 de julio, a las 9 horas, se produjeron los ataques a las guarniciones chilenas de Marcavalle y Pucará que desde luego pasaron inadvertidas en Concepción. El enemigo retrocedió hacia Zapallanga. Las tropas del Santiago lograron hacerse fuertes en un lugar llamado La Punta, donde fueron reforzados por el destacamento acantonado en Zapallanga.

Advertidos del acontecimiento y pasada la sorpresa de los primeros momentos, la fuerte división central de Huancayo se movió para socorrer a sus camaradas; por esta razón y otras circunstancias contingentes, Cáceres suspendió el ataque a este sector, con el propósito de reemprender las hostilidades al día siguiente. Había logrado su objetivo principal y los chilenos habían sido desalojados de Marcavalle y de Pucará.

Del Canto recogió a los sobrevivientes del Santiago, y con el grueso de la división se replegó a Huancayo, y en vez de tomar rumbo a Concepción el comandante en jefe decidió permanecer en aquella ciudad y pasar ahí la noche. Había recibido noticias de Concepción, pero nadie podía imaginar los dramáticos sucesos que ahí se producirían con los del Chacabuco, uno de los regimientos que se había distinguido en las batallas del sur. Una sección de setenta hombres al mando del teniente Ignacio Carrera Pinto dos oficiales, cuatro clases y cuatro cantineras, habría de sufrir, víctima de sus hechos, la venganza de numerosos campesinos que armados de cualquier forma los aniquilaría.

Con arreglo al plan general de operaciones, el coronel peruano Juan Gastó, comandante general de la división de Vanguardia, avanzó sobre el destacamento de Concepción. Llevaba 300 soldados del ejército regular y 1,000 campesinos armados con lanzas, todas las armas de fuego que pudieron colectar y sus infaltables rejones, bajo las órdenes del comandante guerrillero Ambrosio Salazar Márquez quien debería ejecutar el asalto.

Concurrían también diligentes otros jefes guerrilleros, primer comandante de la columna Apata, Andrés Avelino Ponce Palacios y el alcalde Juan Manuel García, segundo jefe de Aquella columna; el Jefe apatino Emilio García Barreto; el alcalde Juan Manuel García; el jefe guerrillero Jerónimo Huaylillos de la columna Comas, teniente Juan Nicanor Castillo; teniente Santos Alzamora; el coronel Mariano Aragonés, primer Jefe de la columna Comas; el tercer jefe de la columna Apata Ambrosio Salazar Márquez; el teniente Antonio Cama Portugal; el segundo y tercer jefes de la columna Comas, José Manuel Mercado y Manuel Concepción Arroyo; los capitanes Arcadio Minaya y Mariano Villasante que mandaban a los guerrilleros de Concepción; el teniente Juan Nicanor Salas; el subteniente Julián Farje, además de otros jefes valientes y esforzados comuneros, de ellos Juan de la Mata Sanabria, Marcos Chamorro, Esteban Alzamora, Tomás Astucuri, Cipriano Camacachi, Paulino Monge, Gregorio Maldonado, Bonifacio Pando, Lino Huamán, José Quintanilla, José T. Martínez, Víctor Cuenca, Justo Ponce, Jerónimo Véliz, Mariano Jesús, Estanislao Pairiona; el capitán de caballería Venancio Martínez; José Rosa Martínez, Crisanto Ponce, Pablo Bellido, Pedro Medina, Baltazar Chávez, Jorge Carrera, Santiago Quispe, tenientes Felipe Muñoz, Antonio Cama Portugal y Juan Nicanor Castillo Salas; Santos Alzamora, Luis Salazar, Toribio Gamarra, Ricardo Cárdenas, Estanislao Vivar, Rufino Meza, Fernando Urrutia; el doctor Santiago Manrique Tello; Luciano Villasante, Esteban Alzamora, Melchor Moreno, Daniel Peña, Manuel Santos, Moreno, Manuel Alzamora, Marcos Chamorro, Adolfo Coca, Pedro León, Miguel Patiño, Ismael Carpio, Dámaso Peña, Ángel Véliz; los oficiales Francisco Carbajal, de Moquegua; el alcalde Nicolás Berrospi, de Cerro de Pasco; el coronel Andrés Bedoya, de Tacna; el alcalde Pablo Bellido, de Ayacucho, estos últimos sin mando efectivo pero que formaban el pequeño cuerpo de regulares del coronel Juan Gastó y muchos otros más cuyos nombres iremos incorporando.

El asalto




Aquel domingo 9 de julio, las campanas doblaron llamando al oficio religioso, pero fuera de costumbre el destacamento chileno no concurrió a la misa de las 9 horas conforme había acudido otros domingos, asunto que llamó la atención de los pobladores quienes no acostumbraban ingresar al templo cuando lo había hecho el destacamento. Era evidente que esperaban algún ataque.

A las 2 de la tarde las fuerzas peruanas aparecieron por los cerros que rodean Concepción, una abigarrada y nutrida poblada armada con rejones, machetes y algunas armas de fuego en compañía de soldados regulares de uniforme pero en menor número.


El sorprendido teniente Ignacio Carrera Pinto evaluó de inmediato cómo enfrentar la situación.


Emprender una retirada rápida pero ordenada aconsejaba el instinto, dado el crecido número de la hueste atacante o, de lo contrario, permanecer en el sitio. Pero era muy probable que en el intento de retirada los guerrilleros peruanos pudieran emboscarlos y batirlos en campo descubierto, eso era evidente.

Únicamente quedaba el recurso supremo de la resistencia. Se decidió mantener la posición, pues se esperaba contar con el apoyo del coronel del Canto, que luego de evacuar Huancayo, debía pasar por Concepción en el transcurso de las próximas horas. Tal cosa se esperaba, pues así estaba dispuesto.

Para coadyuvar este último plan de apresurada contingencia, el jefe chileno despachó a un cabo y dos soldados para que abriéndose paso de alguna forma llegaran al cuartel general de Huancayo para dar cuenta de la socorrida situación en que se encontraba el destacamento, a la par que dispuso sus hombres para la defensa.


Quedó entonces la guarnición fatalmente reducida a 74 soldados. Pero, como era de esperarse, los mensajeros fueron descubiertos en su intento y los comuneros dieron rápida cuenta de ellos y con este hecho desvanecida la búsqueda de socorro.

Hemos dicho que el coronel del Canto no marcharía aquel fatídico día sobre Concepción; había decidido permanecer con el grueso de sus fuerzas en Huancayo. Además, acababa de recibir una comunicación del propio teniente Carrera, a la a 1 y 30 de la tarde, por la que daba parte que la guarnición bajo su mando se encontraba sin novedad. Ironías del destino.

La fuerza peruana inició esporádicos y aislados disparos desde las colinas. La guarnición chilena, obligada a conservar municiones, no contestó el fuego. Estaba preparada para repeler un ataque frontal. Carrera dividió entonces su destacamento en principio para defender el perímetro de la plaza de armas, donde había anticipado barricadas, para lo cual distribuyó a sus hombres en los cuatro accesos a la plaza.

En poco tiempo ejército y guerrilleros peruanos bajaron las laderas; por el sendero de Lastay, los comasinos; al mismo tiempo los hombres del ejército regular aparecieron por el lado opuesto de la quebrada de Matinchara, por el camino que conduce a Quichuay; quedaba de esta forma cercado el pueblo. De inmediato emprendieron el asalto simultáneo a la plaza. Los chilenos parapetados respondieron con una descarga cerrada, causando muchas bajas en los asaltantes, pero el ánimo caldeado de éstos no se amilanó y continuaron en la brega. Fueron rechazados una y otra vez hasta llegar de a poco a las posiciones chilenas, primera fase del combate, que se prolongaría por una hora.

La disciplinada destreza de los defensores a cubierto, disparando sus fusiles Comblain de reglamento, producía tiro certero y causaba considerable baja. Las embestidas peruanas con sus armas de toda suerte y factura no podían romper las barricadas y se veían obligadas a retroceder para reintentar una y otra vez penetrar las defensas del adversario no sin antes causarle muertos y heridos. No había, pese a las bajas sufridas por los peruanos, intención alguna de suspender o concluir el ataque. Era evidente, sin embargo, que pronto los esfuerzos de resistencia serían acallados.

Los chilenos poco tiempo después fueron forzados a replegarse el centro de la plaza cargando a sus heridos y dejando los cadáveres de sus compañeros caídos en acción. Los guerrilleros, bajo la viva voz de su jefe, comandante Ambrosio Salazar Márquez, avanzaron resueltos. La nueva posición que tomaron los chilenos los había dejado más expuestos. El teniente Carrera ordenó entonces el inmediato repliegue hacia el cuartel y la plaza de armas quedó desierta, excepto los cadáveres de los primeros momentos.

Afirmadas con trancas las pesadas puertas conventuales y tapiadas las ventanas, los resueltos defensores buscaron troneras para disparar. Todos quienes pudieron tomar el fusil acudieron a las armas. Había llegado ese momento cuando los espíritus enardecidos se atacan y acometen con esa fuerza irrazonable, una paradoja desesperada por salvar la vida.

Había en el espíritu de los pacíficos y laboriosos trabajadores del campo, convertidos ahora en feroces guerreros, la indignación y sed de venganza por las tropelías, cupos y abusos cometidos por las fuerzas chilenas contra sus pueblos y familias y por ello no cejaron en su empeño y se lanzaron cada vez más osados y decididos para recibir fuego nutrido y compacto que los replegaba con las consecuentes bajas.

Suspendido por un momento el ataque, el coronel Gastó, consciente que tarde o temprano se tomaría el cuartel chileno y en consideración al posible exterminio del valiente destacamento enemigo, amén del profuso derramamiento de sangre, envió a uno de sus oficiales para que, bajo bandera de parlamento, planteara la rendición de los parapetados soldados con arreglo a los usos y costumbres de la guerra.

Aquí queremos consignar detalles del relato del corresponsal en campaña del diario chileno El Mercurio con relación al apremio de rendición dispuesto por Gastó, muy difundido por la prensa chilena más no consignada en los partes peruanos.

Rezaría el texto, en clara redacción militar:

"Señor Jefe de las fuerzas chilenas de ocupación.- Considerando que nuestras fuerzas que rodean Concepción son numéricamente superiores a las de su mando y deseando evitar un enfrentamiento imposible de sostener por parte de ustedes, les intimó a deponer las armas en forma incondicional, prometiéndole el respeto a la vida de sus oficiales y soldados. En caso de negativa de parte de ustedes, las fuerzas bajo mi mando procederán con la mayor energía a cumplir con su deber."

Ignacio Carrera Pinto, persuadido de su dramática situación frente al enemigo superior en número y consciente de su ligazón familiar con el mandatario de Chile, además de saberse descendiente de un prócer, respondió resuelto en el mismo papel de notificación:

"En la capital de Chile y en uno de sus principales paseos públicos existe inmortalizada en bronce la estatua del prócer de nuestra independencia, el general José Miguel Carrera, cuya misma sangre corre por mis venas, por cuya razón comprenderá usted que ni como chileno ni como descendiente de aquel deben intimidarme ni el número de sus tropas ni las amenazas de rigor. Dios guarde a usted".

Bien, continuamos, cumplidas las formalidades de la guerra y estando a la respuesta el mando peruano dispuso la reanudación del ataque que se produjo de inmediato, a pecho descubierto, por hombres en su mayoría armados con rejones, pero nuevamente fue rechazado con las feroces descargas de plomo.

El combate encontró a los adversarios, con el mismo ímpetu, hasta que la tarde alcanzó a la noche; el frío se acentuó, el silencio se apoderó de la plaza y cada bando se apresuró en asistir a sus heridos y a reponer fuerzas. En el ánimo de los chilenos estaba pendiente la esperanza de la llegada de Gana y la salvación. Era cuestión de tiempo, en tanto sólo quedaba continuar la lucha...

A eso de las 7 de la noche se reinició el combate, esta vez los atacantes continuaron disparando contra el cuartel pero avanzaron protegidos por la oscuridad. Finalmente alcanzaron las paredes del recinto. Los hombres del Chacabuco salieron en grupos a repeler a la bayoneta, con lo que lograron hacer retroceder a sus atacantes. Esta acción, repetida en varias oportunidades, pese a lograr alejar a los peruanos de su posición por un momento, les había hecho sufrir bajas en mayor proporción.

Dueños ahora de la posición de la plaza, los atacantes pudieron penetrar a las casas aledañas al cuartel que terminó rodeado. Trepados sobre los techos vecinos y desde distintos ángulos, continuaron disparando contra el objetivo y causando más mortandad entre sus agotados adversarios.

Ya el cuartel chileno estaba soportando sus últimos instantes. Los gritos intimando a la rendición se sucedían. Pero era evidente que aquellos soldados preferirían seguir la lucha, la alternativa de la vida era remota en manos de los guerrilleros. Sabían del rencor que les guardaban.

Para la media noche de aquél fatídico día la mitad de la compañía del Chacabuco había perecido. Los sobrevivientes seguían batiéndose. Entonces, una variante dramática surgió de momento. Fueron practicadas varias aberturas en las blandas pero gruesas paredes de adobe del viejo templo y algunos osados asaltantes que penetraron por ellos treparon sobre el techo de paja y le prendieron fuego; de inmediato el incendio se propagó. Se quería forzar la evacuación del enemigo a campo descubierto.

Lenguas de llamas, avivadas por los atacantes hicieron presa del cuartel y sus precarios ocupantes se agolparon donde mejor pudieron. Carrera Pinto decidió otra salida con objeto de limpiar el perímetro. Al frente de su grupo se abrió paso, avanzando por el frente y los costados del cuartel.



El resto que permaneció en el interior intentaba alejar a los heridos del fuego y detener a los peruanos que ya ingresaban. Fue en estas circunstancias, según versiones chilenas, que el decidido teniente y varios de sus hombres cayeron muertos en acción, el primero por una bala que le atravesó el pecho. No más de dos docenas de hombres combatían desesperados, ahora bajo el mando del subteniente Montt que también resultó muerto. La responsabilidad recayó entonces en el joven Pérez Canto.

Los emisarios enviados para pedir la nueva rendición fueron baleados en el fragor del combate y ello enfureció a los atacantes que consideraron tal reacción como un acto de traición. Los ataques se prolongaron durante toda la madrugada, sin mitigarse y sin que los chilenos se decidieran a presentar bandera de parlamento.

Amaneció finalmente y Pérez Canto se vio obligado a efectuar una nueva incursión fuera del cuartel y sucumbió en su propósito. Dentro del recinto sólo permanecía el joven subteniente Cruz con una docena de soldados y tres cantineras

Por su parte el comandante de guerrilleros, don Ambrosio Salazar Márquez, quien quedó como único responsable militar de las acciones para neutralizar al destacamento chileno, apreció la dilatación de la lucha sin ver nada positivo y decidió dar más ímpetu al ataque.

El coronel Gastó, ante semejante derramamiento de sangre, quiso salvar la vida de los sobrevivientes y exhortó a Cruz a deponer su actitud combativa. Fue inútil, el contagio de heroicidad era evidente. Entonces Cruz ordenó a los pocos hombres que le quedaban salir del recinto para abrirse paso a la fuerza hacia la plaza. En el acto subteniente y acompañantes sucumbieron.

La batalla había concluido.



Los pocos soldados aún con vida no tuvieron más opción que soltar sus rifles entre el llanto desconsolado de las cantineras. Habían sostenido su lucha hasta el final. Se entregaron al comandante que ejercía el dominio del asalto. Pero el oficial peruano no era suficiente para contener la manifiesta y boceada ira de los guerrilleros.

El coronel Gastó y la mayoría de soldados y oficiales del ejército regular se habían retirado poco antes en cumplimiento de órdenes superiores, pues sabía que en la práctica el combate había concluido y era cuestión de poco tiempo rendir a los sobrevivientes enemigos.

Por ello, aproximadamente a las 8 de la noche dispuso que las tropas del ejército regular se dirigieran hacia al fundo Santibáñez, entre Quichuay e Ingenio. El mayor Juan Manuel García, que se esforzaba para que los guerrilleros los tomaran en calidad de prisioneros, impotente finalmente no pudo frenar a los enfurecidos campesinos. Pero los antecedentes eran elocuentes respecto del trato y la reciprocidad.


Todo guerrillero, en su condición de tal, capturado por los chilenos era pasado por las armas, se desconocía el carácter de beligerantes de esos improvisados guerreros, quemaban sus viviendas, saqueaban sus pueblos y ejecutaban a sus padres, hermanos e hijos. Esta vez, decenas de ellos yacían muertos en aquel combate de Concepción. Guerrileros, muchos de ellos que únicamente hablaban el quechua pero que tenían el sentido de lo suyo y la fuerza determinante de la pelea.

Ajenos a toda voz persuasiva se lanzaron sobre los sobrevivientes y ante el horror del vecindario los ultimaron sin contemplación.

El 10 de julio el general Cáceres reanudo la marcha sobre Huancayo para continuar la lucha, pero del Canto ya había evacuado la población con dirección a Jauja, por la cual la capital de Junín fue recuperada por las fuerzas peruanas.

Represalia chilena

En su repliegue, el jefe chileno entró en Concepción y se dio con el dantesco cuadro. Acto seguido ordenó en venganza fusilar a cuanto montonero y residente, sin exclusión de edad o sexo estuviera a mano, incendiar las viviendas y arrasar con el pueblo.

Por iniciativa del comandante del regimiento Chacabuco dispuso que, por el cirujano de la división, los corazones de los cuatro valientes oficiales fueran retirados de sus cuerpos para ser transportados a Lima y posteriormente remitidos a Santiago, donde descansan en una columna de mármol ubicada a inmediaciones de la entrada por la puerta derecha de la Catedral.

El general Cáceres honra al comandante Ambrosio Salazar al citarlo en el parte de guerra sobre los combates de Marcavalle, Pucará, Concepción y San Juan Cruz, publicado en Tarma el 28 de julio de 1882.

Dice en el parte:

“El 10 tuve conocimiento de la retirada emprendida de las fuerzas de Huancayo y la toma del cuartel de Concepción, donde pereció toda la guarnición chilena al brío de los guerrilleros de Comas mandada por el Teniente Coronel provisional, don Ambrosio Salazar”.

Y en cuanto a los vencedores de Concepción expresa:

“Guerrilleros de Concepción, estoy orgulloso de vosotros, y el Perú entero debe estarlo también. Si mi nombre como lazo de unión patriótica ha merecido nuevo lustre por vuestros heroicos e insospechados hechos bélicos, ellos me obligan a proseguir como hasta hoy, en el futuro, por los senderos, a través de todas las dificultades y sacrificios, por sólo el bienestar y dignidad del Perú”.

Parte del comandante guerrillero don Ambrosio Salazar y Márquez:

Comandancia de la "Columna Cazadores de Comas"

Ingenio, julio 10 de 1882- 1p.m.

Señor coronel don Juan Gastó, Comandante General de la División Vanguardia del Ejército del Centro.

S.C.C.G.

Ayer á las diez a.m. dejamos el caserío de San Antonio, á donde arribamos en una sola jornada, habiendo salido de Comas el 8 del que rige, con objeto de atacar la fuerza chilena que guarnecía la ciudad de Concepción. A las 4 p. m. Llegamos á otro caserío nombrado Lastay, que está sobre la expresada ciudad á distancia de tres kilómetros; aquí hicimos alto para distribuir á la fuerza de mi mando, que constaba de 170 hombres con rifles desiguales, las municiones que á costa de muchas fatigas me arbitré en Comas, después del primer combate que libré en dicho pueblo contra una fracción del escuadrón chileno "Yungay", que fue destrozado también por las fuerzas que me obedecían el dos de marzo del año en curso.

US. opinó que la hora era inoportuna para emprender el ataque y que además era necesario saber con fijeza sobre el paradero del señor General Cáceres y su ejército, o de algún movimiento que éste haga contra el grueso del ejército enemigo, que en la actualidad ocupa Huancayo; y que, en consecuencia, era más conveniente en concepto de US. ocupar las alturas de este pueblo, para estar atento á las evoluciones que lleve á cabo dicho señor general y operar en seguida de concierto con ellas .

Yo no quise cejar ni un punto de la resolución que traía desde que salí de Comas, de atacar al enemigo sin pérdida de instante. Viendo el sargento mayor don Luis Lazo, 2° jefe de la columna Ayacucho, que mi propósito era inquebrantable, se asoció á mi dictamen y dijo en voz alta, como á US. le consta, que él me acompañaría en mi empresa aunque sea solo.

Entonces US. me dio el alto y honroso de dirigir el ataque, alegando que no conocía la topografía de la ciudad que, media hora después, fue el teatro de la lucha sangrienta; acepté desde luego tan honrosa comisión inmediatamente me adelanté á tomar el camino que conduce sobre el Morro que sobre sale de la colina que domina Concepción por el este, distante mil metros de la plaza de la ciudad, con la columna de mi mando, el 2° jefe de ella sargento Mayo Uladislao Masías y don Crisanto Meza, quien espontáneamente, me ofreció sus servicios del día anterior en San Antonio.

Una vez que hube llegado al expresado Morro, abrí los fuegos contra los chilenos, que desplegaron en guerrillas en la plaza y en el patio del convento que hacía de cuartel, nos esperaban, á consecuencia sin duda de algún aviso que en ese instante tuvieron de nuestra aproximación por ese lado. Por espacio de una hora sostuve un nutrido fuego de fusilería en esa posición hasta que US., según convenimos de antemano, se introdujese á la ciudad sin ser visto por el enemigo, siguiendo el camino de Quichuay, para llevar á cabo un movimiento envolvente, es decir, para desembocar á retaguardia de los combatientes de la plaza, por la equina de la casa la Sra. Valladares; tomada la retaguardia por US. descendí de frente para tomar el flanco derecho de los adversarios, apareciendo por los portales.

El movimiento se ejecutó sin tropiezo ninguno, los chilenos de la plaza, luego que se apercibieron de ello, se replegaron al cuartel incontinenti; hasta esa hora mis fuerzas no sufrieron más bajas que dos caballos, uno de ellos de mi ayudante, capitán Cipriani (sic) Camacachi. Eran las 6 p.m.

Pocos minutos después, el ayudante de US, capitán Revilla, me comunicó que US. en su propósito de conservar intactas sus fuerzas, en obediencia á instrucciones superiores, se retiraba á las alturas á pernoctar y procurarle rancho á sus soldados. También me participó que el teniente coronel don Francisco Carvajal había sido herido.

A las 6 y 30 p.m. ordené á mis ayudantes Bellido y Camacachi que trajesen kerosene de la tienda de don Daniel Peña, quien minutos antes me dio dos rifles con 50 cápsulas de dotación cada uno, y ofrecióme el aludido combustible si necesario fuera. Los ayudantes no se hicieron esperar mucho, trajeron de 12 á 15 latas de petróleo y procedimos á incendiar el convento, arrojándolo sobre sus techos; opté por esta medida para obligarlos á rendirse o salir de allí para batirse á cuerpo libre; no conseguí mi objeto: los enemigos no cesaron de dirigirnos sus proyectiles por las numerosas ventanas del edificio; Camacachi, que fue uno de los que con más intrepidez cebaba el fuego, perdió la mano derecha de un tiro que los enemigos le asestaron desde su encierro.

Algunos de Concepción, no arriba de once, se pusieron á mis inmediatas órdenes, con sus respectivos rifles, y tomaron parte activa en el combate, fueron los siguientes; Daniel Peña, don Ricardo Cadenas, doctor Santiago Manrique Tello, don Sántos Moreno, don Dámaso Peña, Esteban Alzamora; Marcos Chamorro, Adolfo Coca, subteniente Juan A. Castillo, Ismael Carpio y Mariano Villavisante; de todos éstos murieron en la acción Chamorro y Alzamora. Los enemigos abandonaron el cuartel reducido á cenizas á las 12 de la noche y se refugiaron en el local contiguo, situado al costado izquierdo de la iglesia matriz, dejando en aquel más de 15 cadáveres.

Entonces los nuestros, con ese brío irresistible que desde el principio del ataque desplegaron, los estrecharon en un círculo más reducido; se apoderaron de las paredes de los flancos, de las torres de la Iglesia y de los techos de ésta.

A esta hora se hizo la lucha por de más encarnizada; los oficiales chilenos dentro del salón principal del último local, destacaban fracciones de 6 u 8 soldados, se batían con desesperación y de seguro después de 15 o 20 minutos de sostener con los nuestros nutrida fusilería en total fuera de combate, gravemente heridos o muertos. Los que ocupaban la torre próxima al á última trinchera del enemigo, son los que bajas han ocasionado á éste. Cesaban los fuegos de una y otra parte por intervalos más o menos cortos de tiempo; en esta situación nos mantuvimos toda la noche hasta las 7 á.m. de hoy; á esta hora anhelamos llegar al epílogo del sangriento drama, ideamos hacer forados en las paredes que circundan al cuartel y dar el último asalto.

Concluida la operación de los forados por varias partes y viendo los enemigos que el peligro era inminente, izaron un pañuelo blanco, símbolo de paz; creyendo los nuestros que ya se redirían, avanzaron sin hacer fuego, hasta medio patio, donde fueron recibidos con una lluvia de balas, no sin causarnos numerosas bajas. Esta innoble acción produjo en la fila asaltante la más viva indignación, que arrancó juramentos de un modo unísono para no dar cuartel al resto de los que aún se resistían dentro de los espesos muros de su trinchera. En el acto se abalanzaron 50 hombres al recinto de los enemigos, como una jauría de tigres, y ultimaron á éstos después de una resistencia verdaderamente horrible.

El capitán Carrera Pinto, subteniente Cruz y 9 soldados sacados de trinchera, fueron fusilados en la plaza; los subtenientes Pérez Canto y Montt sucumbieron en el fragor de la lucha dentro de aquella.

A las 9 á.m. de hoy, la función de armas tocó á su término, cuando ya no hubo enemigos con quienes combatir.

En resumen: toda la guarnición chilena de Concepción, de capitán á tambor, constaba de 79 hombres ha sido totalmente exterminada, después de 17 horas de combate casi incesante; además, fueron muertas también dos mujeres de los soldados, de tanto coraje, que en lo más recio del combate, animaban á los suyos en alta voz que continuasen peleando. Ha sido encontrada muerta entre los montones de cadáveres una criatura recién nacida y otra fue salvada viva por don Dámaso Peña; una de las mujeres había dado á luz días antes del combate dos criaturas gemelas. No necesitó recomendar la conducta de los que asaltaran Concepción, ella se recomienda por si misma; fue su divisa vencer y vencieron. Cuentan con más de 40 bajas, entre muertos y heridos, siendo mayor el número de éstos; serán llevados para su curación al convento de Ocopa, donde los padres franciscanos, según carta que tengo á la vista, han improvisado un hospital de sangre.

Los caballos de los vencidos fueron tomados por algunos individuos del pueblo, muy al principio del combate, quedan en poder de mis fuerzas todos los despojos de éste: rifles, vestuario y peroles.

Pocos momentos antes de ingresó US. á la, plaza con la fuerzas de su mando y contuvo con energía los desbordes de los guerrilleros, que, procedentes de los pueblos vecinos, acudieron á última hora en masas considerables. Como US. ha visto personalmente, la mayor parte de los cadáveres están hacinados en el local que ocuparon á las 12 de la noche, en el que se refugiaron al principio del combate, esto es, el convento, hay más o menos 15: en la plaza quedan 13 inclusive lo de los oficiales y dos mujeres.

Elevo á US. este parte con los detalles que escribo, á fin de que por su órgano llegue á conocimiento del general Cáceres, jefe superior para que se entere sobre el espléndido triunfo alcanzado por la columna de mi mando contra una fracción del ejército de Chile que guarnecía Concepción: que aunque tenemos noticia segura sobre su paradero, hasta el momento, pero á juzgar por los días que lleva de camino desde su salida de Ayacucho, debe estar ya cerca del cuartel general del grueso del ejército enemigo (Huancayo) aprontándose para el ataque.

Dios güe á US.

(Firmado) Ambrosio Salazar

Tomado de: Memorias sobre la Resistencia de La Breña del Teniente Coronel AMBROSIO SALAZAR y MÁRQUEZ. Por: Juan P. Salazar / Huancayo 1918.


Cáceres y parte de sus oficiales de la resistencia, la famosa Ayudantina

Las derrotas sufridas por el enemigo dieron lugar para que el comando chileno apurara la retirada de la sierra central, que logró trasponer el puente de la Oroya, que no había podido ser destruido por el coronel peruano Máximo Tafur. De haberlo conseguido la suerte de aquella división chilena ya bastante maltratada se hubiera tornado apremiante.

Cáceres quedó dueño del valle del Mantaro. Estableció su cuartel general en Tarma y se dedicó a reorganizar su ejército. Su objetivo había sido parcialmente logrado. Para enero de 1883 ya contaba con 3,200 hombres instruidos, equipados y disciplinados.

Lo esperaba la jornada de Huamachuco.

Nota respecto a la resistencia de la Breña

Las enseñanzas de estas operaciones con guerrillas fueron aplicadas, más tarde, por el teniente coronel Julio César Guerrero, coordinador del Estado Mayor alemán en el África, en 1916 (Ver)


Créditos y Fuentes:

Bibliografía:

Historia Militar del Perú. Tomo II. Carlos Dellepiane, Teniente Coronel EP de Caballería. Lima, 1931.

El Asalto de Concepción, 9 de julio de 1882; Jesús R. Ponce Sánchez, Huancayo 1965. Segunda edición corregida y aumentada. Talleres Gráficos de La Voz de Huancayo S. A. Julio de 1965

Internet:

Archivo fotográfico peruano Courret
Fotos de libre disposición de fuente chilena

Silueta en miniatura del general Cáceres. Foto del autor.

Montonero a caballo, Acuarela de Pancho Fierro

Jefe Guerrillero. Nota: Este dibujo que pertenece al artista peruano Dionisio Torres con el nombre de Basilio Auqui, famoso guerrillero de la época de la Independencia del Perú, comprende la iconografía simbólica de cualquier guerrillero del Ande Peruano, en especial del Valle del Mantaro durante la Resistencia de la Breña.

Caballería toques de trompeta. Marchas militares belgas; René Gailly CD87 040 - 1993

Royal Marines. El cuerpo de los tambores. The Beat of Battle. Hallmark 303782. Inglaterra

Enlaces

http://www.soberaniachile.cl/norte3_8.html # sub1

http://www.laguerradelpacifico.cl/Campanas 20terrestres/Combate%%% 20Concepcion/parte 20salazar.htm

(*) Escribe Luis Siabala Valer,

Visítenos en:

http://harumalraschid.blogspot.com/2008/04/resistencia-y-asalto-concepcin.html

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