Por: Ingeniero Fernando Villarán
La República, martes 02 de junio del 2015*
Durante los últimos 25 años, los sucesivos
gobiernos, presidentes, ministros de Economía, de Energía y Minas, la mayoría
de congresistas, la casi totalidad de periodistas y medios de comunicación nos
han venido repitiendo: El objetivo número uno del país es el crecimiento
económico, el motor del crecimiento es la inversión privada, el Perú es un país
minero, la minería es el principal contribuyente del Estado, un solo
megaproyecto minero equivale a un crecimiento del 1% del PBI. Había una idea
que no se decía pero que se asumía como cierta: la productividad viene de la
tecnología importada (maquinaria y equipo).
Como consecuencia, las actividades de los
presidentes, ministros y funcionarios públicos han estado marcadas por un
objetivo principal: promover las grandes inversiones en la minería. Para
demostrarlo tenemos los famosos “Road Shows” que se han organizado en todos los
países desarrollados mostrando las ventajas naturales que Dios nos regaló. Los
resultados están allí, decenas de proyectos mineros en operación, generando el
espectacular crecimiento del sector minero e hidrocarburos. De acuerdo con el
INEI, este sector ha pasado de contribuir con 4.6% al PBI en 1994 a contribuir
con 14.4% en el 2007; ningún sector económico creció tanto en ese período. Las
exportaciones de este sector pasaron de representar el 53% de las exportaciones
totales en 1990 a ser el 68% en el 2013 (cifras de CONCYTEC).
No contentos con estos resultados siguieron
repitiendo estas mismas ideas, que se convirtieron en obsesión y luego en
ideología. Por ello, no se dieron cuenta de que la situación mundial había
cambiado radicalmente, y también la situación interna. Ya con este gobierno,
primero se les cayó un megaproyecto, el de Conga, en el 2011, y se dijo que la
economía se iba a paralizar. Ahora un segundo proyecto tiene problemas, Tía
María, y todos estos personajes han entrado en pánico, arrastrando con ellos a
medio país. Han ido creando una cárcel ideológica de la que no son capaces de
salir, no pueden imaginar soluciones ni diseñar caminos alternativos.
Es urgente salir de este callejón. Comencemos
cambiando las certezas, las prioridades y los objetivos. El objetivo número uno
del país es el desarrollo, y este es multidimensional (económico, social,
ambiental, político-institucional), los motores del crecimiento son la
innovación y el emprendimiento (Schumpeter-Acemoglu-Robinson) y la inversión es
una variable resultado, el Perú es un país megadiverso (y la minería es sólo
una parte de ello), muchos pequeños y medianos proyectos equivalen a uno grande
(comparemos el boom gastronómico con el minero, en empleo, en nueva riqueza, y
miremos a otros sectores que crecen y crean empleo, como la construcción, el
turismo, la agroindustria, los servicios basados en TICs, entre otros). El Perú
tiene un potencial gigantesco, es absurdo apostar por un solo sector y un solo
grupo de inversionistas.
¿Y qué hacemos con Tía María? Primero, comencemos a
realizar las comparaciones relevantes: el empleo directo e indirecto que crea
el proyecto minero respecto al empleo que se pone en riesgo en la agricultura y
otras actividades. No tengo las cifras exactas, pero estamos hablando de
cientos en el caso de la minería y de miles en caso de la agricultura. Claro,
la productividad de los empleos mineros es cincuenta veces la de los
agricultores porque usan tecnología moderna importada. Segundo, ¿y si apostamos
por elevar radicalmente la productividad de la agricultura del valle de Tambo?
Con una fracción de lo que se va a invertir en el proyecto (1,400 millones de
dólares) se puede crear una gran cantidad de riqueza para beneficio de toda la
población de la zona. Se invertiría en capacitación, investigación,
transferencia y creación de tecnología; en tres años se podrían lograr
resultados espectaculares en creación de riqueza, mejoramiento del empleo,
diversificación productiva. En esos mismos tres años se podrían levantar las
observaciones al proyecto Tía María y desarrollar tecnologías que impidan la
contaminación del agua y la agricultura; en una de esas, logramos que sean
compatibles ambas actividades.
¿Suena audaz? ¿No vivimos acaso en la sociedad del
conocimiento (Drucker)? ¿No se aprovechan de ella, a manos llenas, los países
líderes como Estados Unidos, China, Alemania, Finlandia, Canadá? A nosotros no
nos faltan cerebros.